Dos horas antes, es lo que recomiendan a la hora de viajar. Cuando llegas dos horas antes al aeropuerto, cuentas con tiempo suficiente para lidiar con cualquier imprevisto y no arriesgarte a perder tu vuelo. Porque los imprevistos ocurren todo el tiempo, sin que podamos evitarlos.
Es fácil identificar a quienes se le terminaron las dos horas. Primero, caminan a una velocidad distinta a la del resto, casi flotan. Segundo, su expresión facial habla de urgencia. Tercero, no se detienen por nada ni por nadie. Caminan híper enfocados en el camino y su destino, y no hablan con nadie a su paso. Andan apresurados.
Aunque a veces nos pareciera que Dios está apresurado con algo o con alguien, no es así. La verdad es que Dios tiene un plan que ejecuta desde la eternidad, y cuenta con todas las dos horas de anticipación del mundo, por eso puede detenerse en el camino con todos los que lo necesitan, sin miedo a llegar tarde o a perder su momento. O como mejor lo expresa el apóstol Pablo a los Gálatas: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley…”
En nuestra prisa, recordemos que Dios no se apresura. Su plan eterno se cumple con precisión divina. Podemos confiar en su tiempo perfecto, sabiendo que Él siempre llega en el momento justo, trayendo paz y lo necesario para nuestro viaje