En el Sermón del Monte, Jesús le dice a sus discípulos que son la <<luz del mundo>> dándoles un mandato claro: ser la diferencia y, más aún, establecer el estándar de vida en el Reino de Dios. Para la iglesia occidental de hoy, esto implica un llamado urgente a vivir y reflejar la verdad de Dios en medio de una sociedad que a menudo se pierde en valores temporales y cambiantes. Ser la “luz” no es solo brillar en el sentido de ser vistos; es ser un punto de referencia, una guía que dirige hacia una vida que está alineada con los valores del Reino de Dios.
Esta luz que Jesús menciona debe ser evidente en nuestras decisiones, nuestras relaciones, nuestro trabajo y cómo interactuamos con el mundo. No se trata de imponer, sino de atraer a otros hacia una vida que muestra la plenitud y propósito de Dios. Nuestra luz debe inspirar, cuestionar y elevar el estándar, marcando el camino hacia una vida íntegra y transformadora. La iglesia, en su misión de ser la luz, tiene que reflejar esta vida alineada con el propósito de Dios de tal manera que inspire a otros a buscar esa misma dirección y descubrir el significado de vivir bajo el Reino. Si el mundo está en tinieblas, es porque no brillamos lo suficiente.