Muchos de nosotros hemos aprendido a desarrollar ideas, proyectos y ministerios con excelencia. Le ponemos nuestra firma a todo lo que hacemos, cuidamos nuestra marca personal, cultivamos visiones, y trabajamos duro para que crezcan. Pero detente un momento y pregúntate: ¿estás construyendo algo para Dios o estás manifestando lo que Dios ya depositó en ti para cumplir su propósito?
Dios no desarrolla visiones personales, ni respalda ideas porque son buenas o innovadoras. Dios desarrolla su propósito eterno —un plan que comenzó antes de la fundación del mundo y que sigue avanzando a través de aquellos que se rinden para manifestarlo. Tú no fuiste llamado a construir una plataforma con tu nombre, fuiste llamado a revelar el carácter y gobierno de Dios a través de lo que eres, no solo a través de lo que haces.
Dios puso un depósito en ti, no para que lo conviertas en una marca, sino para que lo manifiestes como parte de su Reino. Tus talentos, habilidades y visión no son una bandera que levantas con tu apellido, sino herramientas que se alinean a una comisión mayor: traer el cielo a la tierra. Cada vez que le pones tu firma a lo que haces sin rendirlo a su propósito, desvÃas el diseño y lo reduces a algo temporal.
Esto no se trata de que Dios bendiga tus planes. Se trata de que tú te sometas al plan eterno de Dios, que ya ha sido establecido. No fuiste llamado a desarrollar algo para Él, sino a permitir que Él desarrolle su propósito a través de ti.
El cielo no reconoce nombres, reconoce alineación. Y lo único que trasciende no es tu visión, es lo que nace del depósito de Dios en ti.