Dios es el creador supremo. La Biblia, en un intento por describir su incalculable poder, narra cómo con su sola palabra creó el cosmos, incluyendo al ser humano, a quien creó a su imagen y semejanza, dando a entender que poseemos características divinas puestas por Dios mismo para un propósito divino.
Luego de la caída y restauración del hombre, Dios extiende una invitación a restaurar el mundo caído y devolverle la gloria con la que una vez fue creado. Una invitación a participar de la restauración del mundo utilizando la capacidad creativa que puso en nosotros.
La invitación divina a ser cocreadores con Dios se basa primeramente en nuestra identidad como hijos adoptados por Dios y coherederos de su reino, tal como lo expresa el apóstol pablo en Romanos 8:17, “Pues si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo”. Esta posición nos otorga la responsabilidad y el privilegio de participar activamente en la obra de reconciliación que Dios está llevando a cabo en el mundo. Al mismo tiempo, 2 Corintios 5:18-20 nos llama ministros de la reconciliación, comisionándonos a ejecutar las cosas que tienen que ver con reconciliar al mundo con el plan original.
Cuando entendemos nuestra posición como cocreadores, entendemos que nuestras habilidades creativas fueron dadas para ser utilizadas como herramientas para expresar el propósito de Dios de maneras significativas y transformadoras.
Como coherederos del reino de Dios, se nos encomienda la tarea de reflejar su gloria en todo lo que hacemos, incluyendo nuestras expresiones creativas. Nuestra colaboración con Dios en su obra de restauración no solo es un honor, sino también una responsabilidad sagrada que nos llama a vivir con propósito y significado en servicio a su reino.