Tres hombres curiosos entregados al conocimiento, el descubrimiento y la observación del universo. ¿Cuanto tiempo tardaron entre que una nueva e inusual lumbrera apareciera en su habitual rutina de observación del firmamento hasta que la relacionaran con algún escrito antiguo en su colección de rollos? ¿Que cantidad de datos los convenció de perseguir aquel fenómeno para descubrir la veracidad de la profecía antigua? El relato bíblico no ofrece detalles explícitos acerca del método analítico utilizado por estos “tres sabios de oriente”, pero deja claro que su curiosidad fue mayor que cualquier otra cosa.
La curiosidad es un elemento central en el descubrimiento, casi como la primera chispa que enciende un fuego. Pero la curiosidad siempre parte de algún conocimiento básico m, no nace del vacío. Fue lo que llevó a Moisés a investigar porque la zarza que adía en fuego no se quemaba. La curiosidad le abre el camino a la experimentación, un elemento crucial en el desarrollo de la creatividad, porque cuando experimentamos, expandimos nuestro conocimiento. Es en sí mismo un acto de fe.
En la creatividad profética, la oportunidad de experimentar representa la diferencia entre crecer o morir. Es el espacio donde ocurren los “momentos ¡ajá!”. Sin curiosidad no habría experimentos y sin experimentos no habría “eureka”, o como bien lo describe Job: “de oídas te conocía, mas ahora mis ojos te ven”. La curiosidad de aquellos sabios los llevó a experimentar el acontecimiento más importante de la historia, la materialización del plan divino. Que te llamen curioso es más una medalla que una etiqueta, porque representa ir donde otros no se aventuran, en honor a una vida segura.