La economía del Reino de Dios no se trata de acumular riquezas, sino de administrar recursos con un propósito eterno. En un mundo donde el éxito a menudo se mide por cifras y posesiones, los valores cristianos nos llaman a una forma diferente de pensar. Somos mayordomos de los recursos que Dios nos da, llamados a usarlos para generar impacto social y transformar vidas.
Jesús enseñó que donde está nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón. Esto nos desafía a reflexionar: ¿Estamos usando nuestros recursos para cumplir nuestra misión en el mundo? En países desarrollados, las oportunidades para influir son abundantes. La tecnología, la educación y los mercados abiertos nos ofrecen herramientas únicas para promover el bienestar colectivo. Pero con estas oportunidades viene una gran responsabilidad.
La creatividad profética juega un papel esencial aquí. Nos permite ver más allá de lo obvio y desarrollar proyectos que no solo generen ingresos, sino que también restauren la dignidad de las personas y transformen comunidades. Piensa en iniciativas como empresas sociales que ofrecen empleo digno a poblaciones vulnerables, o programas educativos que empoderan a las nuevas generaciones.
La economía del Reino nos invita a redefinir el éxito, no como una meta individualista, sino como un esfuerzo colectivo para reflejar el corazón de Dios en nuestras comunidades. Cada vez que usamos nuestros recursos para ayudar a los demás, estamos demostrando que el Reino de Dios está en acción. La pregunta no es cuánto podemos acumular, sino cuánto podemos transformar con lo que se nos ha dado.