La Biblia está llena de relatos que muestran lo que sucede cuando las personas confían en su propio entendimiento en lugar de buscar la dirección de Dios. Un ejemplo claro es el de Saúl, quien fue instruido por Dios a través del profeta Samuel para destruir completamente a los amalecitas como parte del cumplimiento de una promesa divina hecha a Moisés. Sin embargo, Saúl decidió actuar según su propio criterio, desobedeciendo la orden de Dios al preservar al rey Agag y lo mejor del ganado. Esta decisión no solo mostró su falta de confianza en la dirección divina, sino que tuvo consecuencias graves: perdió el favor de Dios y su reino fue rechazado (1 Samuel 15).
Este patrón se repite en muchas otras historias bíblicas. Desde Adán y Eva, quienes actuaron según su propio juicio al comer del fruto prohibido, hasta el rey Salomón, cuya sabiduría fue eclipsada por su corazón dividido al final de su vida. Estos ejemplos nos invitan a reflexionar: ¿cuánta atención le prestamos a Dios en nuestras decisiones diarias?
Es fácil confiar en nuestras propias habilidades o deseos, pero la verdadera sabiduría radica en buscar la guía de Dios en todo. Escuchar Su voz y obedecer Su dirección nos lleva a cumplir Su propósito y experimentar Su favor.