La crisis no crea el arte, pero revela lo que está escondido. Rompe la rutina, desordena la seguridad, y deja expuesto el corazón. Y allí, justo allí, es donde el artista comienza a ver lo que otros ignoran: belleza en lo roto, profundidad en lo simple, propósito en lo invisible.
Cuando todo a su alrededor parece caótico, el artista no huye del dolor. Lo observa. Lo siente. Lo traduce. El lienzo, la página, la cámara o el sonido se vuelven herramientas para procesar lo que no se puede controlar.
La creatividad florece porque necesita espacio, y la crisis despeja el camino a la fuerza. Vacía para que algo nuevo pueda llenar.
En medio de la confusión, el artista no solo crea. Reordena. Da forma. Trae lenguaje donde solo hay sensación, imagen donde solo hay vacío. No porque tenga todas las respuestas, sino porque se atreve a expresar lo que otros apenas pueden nombrar.
El arte no siempre soluciona, pero ilumina. Y eso basta para comenzar a caminar hacia el otro lado de la tormenta.