La gratitud es mucho más que una emoción; es el reflejo de una vida alineada y plena. En hebreo, las palabras shalom (paz) y shalem (completo) comparten una raíz común que revela una conexión profunda entre ambas. Shalom describe un estado de paz integral, donde hay armonía en todas las áreas de la vida: espiritual, emocional, relacional y física. Shalem, por su parte, significa estar completo, íntegro, sin que falte nada. Juntas, estas palabras pintan una imagen de una vida restaurada al diseño original de Dios, donde todo está en su lugar y funcionando según Su propósito.
Cuando vivimos en shalem, es decir, una vida completa e íntegra, experimentamos shalom, una paz que no depende de las circunstancias externas, sino de la plenitud que solo Dios puede dar. Este estado nos lleva naturalmente a la gratitud, porque reconocemos que nuestra paz y completitud provienen de Su provisión y cuidado constante.
El plan de Dios para nosotros siempre ha sido que vivamos en plenitud, reflejando Su carácter y extendiendo Su Reino. Una vida alineada con Su propósito nos permite experimentar el shalom divino, una paz completa que produce gratitud constante. Esta gratitud no solo honra a Dios, sino que transforma nuestra perspectiva y nuestras relaciones, llevándonos a ser cocreadores con Él en la restauración del mundo.