Jonás recibió una misión divina: ir a Nínive y advertirles del juicio que vendría si no cambiaban su manera de vivir.
Aunque cumplió su tarea, la historia nos muestra que Jonás nunca entendió completamente la motivación de Dios: el amor. Dios no solo buscaba salvar a los ninivitas, sino también enseñarle a Jonás que el amor, no la obligación ni el ego, es la razón más pura para actuar.
Hoy, muchas de nuestras acciones “buenas” nacen desde lugares equivocados. A menudo hacemos cosas para sanar un trauma, demostrar algo a otros, rebelarnos contra un sistema o incluso para alimentar nuestro ego. Aunque estas motivaciones pueden producir resultados aparentes, carecen de la esencia que realmente transforma: el amor. Sin amor, nuestras acciones se convierten en una forma de llenar vacíos personales en lugar de reflejar el carácter de Dios.
El amor genuino, como lo enseñó Jesús, es desinteresado y busca el bienestar de los demás sin esperar nada a cambio. Es un amor que da porque reconoce el valor inherente de las personas, no porque busca satisfacer una necesidad personal. Este amor confronta nuestro ego y nos desafía a actuar desde una motivación pura, transformando nuestras acciones de meras tareas a verdaderas expresiones del Reino de Dios.
Aprender a actuar desde el amor requiere intencionalidad y humildad. Implica examinar nuestras motivaciones, rendir nuestras carencias a Dios y permitirle que llene esos espacios. Al hacerlo, nuestras “buenas acciones” dejan de ser un reflejo de nuestras luchas internas y se convierten en manifestaciones del amor divino, capaces de transformar vidas y culturas. Solo cuando aprendemos a actuar desde el amor, podemos cumplir nuestra misión de traer el cielo a la tierra.