Una razón por la que muchos creyentes experimentan esta disociación de su identidad divina es debido a enseñanzas defectuosas que fragmentan nuestra comprensión de Dios y, por ende, de nosotros mismos.
Un ejemplo es la idea que presenta a Dios como tres personas separadas que coexisten en un solo ser. Esta idea no solo es confusa, sino que también puede llevarnos a fragmentar nuestra propia identidad, reflejando esa percepción de división.
Si entendemos a Dios como un ser compuesto por partes separadas, podemos aplicar ese modelo a nuestras vidas, separando nuestra “parte espiritual” de nuestras acciones cotidianas, lo que nos llevaría a una vida inconsistente en acción y frutos. Sin embargo, la Escritura nos muestra que Dios es uno (Deuteronomio 6:4) y que en Cristo habitaba toda la plenitud de la Deidad (Colosenses 2:9) y que esa misma plenitud vive en nosotros al estar conectados a Cristo. Esto nos invita a vivir una identidad integrada, reflejando la unidad y la coherencia de Dios en todo lo que hacemos. Así que de la misma manera que no tenemos sólo una tercera parte de Dios en nosotros, si no que lo llevamos completo dentro, también nuestra vida debe reflejar ese aspecto de nuestra identidad.
Entender que nuestra identidad en Cristo no está dividida y que somos seres completos, llamados a manifestar Su Reino en cada aspecto de nuestra vida nos permite sincronizar toda nuestra vida con el propósito de Dios y cumplir a canalizar nuestra misión de restauración, trayendo el cielo a la tierra.
Este es un tema controversial, para algunos por el planteamiento desafiante de lo que algunos consideran la doctrina fundamental de la trinidad. Pero este post no pretende desafiar esta doctrina, si no más bien el enfoque erróneo que muchos aplican al enseñarla. Espera más acerca de este tema pronto…